jueves, 30 de mayo de 2013

Una razón para seguir sonriendo

Cronológicamente vivimos en la etapa de primavera de este lado del mundo, aunque no se note en la realidad, y las lluvias, vientos, fríos nos tengan medio desconcertados a como saldremos de casa, mi equipaje después de varios cambios climáticos en cuestión de horas, se compone de paraguas, chaqueta, gafas de sol, camiseta con tirantes, suéter, calzado que pueda mojarse, y por si las moscas un buen pañuelo al cuello.
Fue ayer que revisando si tenía todo lo necesario para salir de casa, con llaves incluidas, al meterme en el metro por tres estaciones, que vienen a ser seis minutos aproximadamente, me detuve a observar lo que ocurría en ese mínimo tiempo, sorprendida quedé al ver un abuelo con su nieta de menos de un año seguro, la bebe bebiendo un zumo en su vaso especial, y su abuelo intentando que no se mojara queriendo quitarle el vaso, la niña a falta de poder vocalizar su enojo, lo hizo saber con dos gritos de mando, gritos que pude descifrar en palabras claras, esto es lo que nos pasa cuando oímos y no solamente escuchamos, los otros pasajeros ante el ruido extraño a las 16 hs de la tarde, comenzaron a mirar a la niña, la que después de conseguir su trofeo sin tapas, ni impedimento alguno, comenzo a reír con todos, a mi lado sentado un hombre con cara de cansado, medio dormitando e intentando liarse un tabaco, esto es común cuando vas llegando a tu estación, te lías en el metro el tabaco que fumaras en las escaleras de salida, este señor bastante cansado de repente comenzó a hacerle juegos a la niña, se tapaba un ojo, luego otro y las carcajadas de ella, hicieron que mas se sumaran a la sonrisa de este pequeño ser, que con dos gritos despertó un vagón dormido, apenado, preocupado, desquiciado, con mochilas llenas de angustias, sueños colgados de las correas a punto de caerse, miradas perdidas en la nada, manos inquietas en busca de una piel a la que aferrarse fuerte, y sentir un segundo de seguridad, en menos de dos minutos todos estábamos conectados y prendidos en la sonrisa de luz, a la mirada tierna, inocente y feliz de una más de nosotros: los humanos.
Al bajar de la mejor clase de filosofía: el transporte publico, mientras las escaleras mecánicas me llevaban a la calle, aún continuaba sonriendo y al llegar a destino lo hice con una sonrisa, la sonrisa de esa niña que por instantes nos cambio el viaje.

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